Festividades
Las fiestas en honor a la Virgen de la Rosa son la festividad más importante y un gran referente en la comarca de Beteta, a la que acuden todos los pueblos vecinos.
Las fiestas patronales se celebran el 17 de septiembre, día de la patrona, y suelen extenderse hasta el fin de semana. Durante los días previos a las fiestas tiene lugar la novena a la Virgen, entorno a la medianoche del día 16 se canta la Salve, en uno de los actos de mayor tradición y solemnidad que culmina con el canto del himno de la Virgen de la Rosa. Las festividades son días llenos de devoción y actos religiosos, que incluyen eucaristías, procesiones, la ofrenda de los niños a la Virgen y, por supuesto, el tradicional volteo de campanas en la víspera.


El 30 de abril se celebra la fiesta de Los Mayos. En esta festividad, la rondalla, compuesta por guitarras, bandurrias y laúdes, entona el mayo a la Virgen en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. El gran arraigo de esta celebración hace que muchos vecinos se unan a la rondalla para participar en la festividad. La tradición se originó cuando los jóvenes del municipio recorrían de noche las calles de Beteta para cantar Los Mayos a las mozas. La fiesta concluye al día siguiente con la tradicional romería a la ermita de la Virgen de la Rosa.



En Beteta, el Jueves Lardero marca el inicio del Carnaval con una tradición muy esperada: donde los vecinos se reúnen para compartir la típica de tortilla de patata y chorizo en pan redondo. Esta costumbre, celebrada el jueves anterior al Miércoles de Ceniza, tiene raíces antiguas vinculadas al fin del tiempo de carne antes de la Cuaresma. El sábado siguiente Beteta se llena de color y alegría con la celebración del carnaval.

Los bailes y danzas de Beteta y de toda su comarca se caracterizan por su gran parecido, un rasgo que comparte con toda la Serranía Conquense. El tronco folclórico común es, sin ninguna duda, el castellano, aunque con numerosas influencias aragonesas debido a la proximidad geográfica y las circunstancias históricas. En muchas de estas danzas hay referencias a la vida y los oficios tradicionales; este es el caso de El Borrego, que evoca la vida de los pastores. Serranillas, jotas, seguidillas, mazurcas, canciones de ronda, de quintos o mayos son habituales en el folkclore de Beteta, donde todavía es posible ver alguna muestra de ellas en la celebración de los mayos o en la hoguera de San Pedro.
Sin embargo, la danza que más llama la atención, tanto por su historia como por su representación, es el baile de El Pollo y el Milano, popularmente conocido como El Pollo. Esta danza descriptiva narra la historia de una gallina y su depredador, un milano que intenta cazarla. Esta escena campestre de la Sierra encierra, sin embargo, un trasfondo político y militar. Tras las abdicaciones de Bayona, las tropas de Napoleón invadieron la Península en 1808, iniciando la Guerra de la Independencia Española, en la cual destacó el fenómeno guerrillero que, junto con los ejércitos regulares aliados, provocó el desgaste progresivo de las fuerzas napoleónicas. Durante la guerra se hicieron comunes las coplas y cantos populares de tono político y satírico, y así aparecieron muchas canciones y bailes contra los franceses en lugares como Albalate de las Nogueras, Sotos y Beteta. La melodía de El Pollo, con un marcado ritmo de marcha, bien pudo tener su origen en una marcha militar francesa que los habitantes de Beteta usaban para ridiculizar a los ejércitos de Napoleón y su ansia de conquista. En esta danza, el pollo es una metáfora del pueblo español y el milano representa al imperio francés invasor. Así, el baile adquiere un sentido político: durante toda la danza, el pollo (España) es acechado por el milano (Napoleón), que lo vigila, lo sobrevuela e intenta atraparlo, pero el pollo logra escapar finalmente.