Los castros iberos

Los orígenes de Beteta se remontan a tiempos inmemoriales, aunque su historia primigenia no está del todo clara debido a la falta de investigaciones exhaustivas. Sin embargo, es evidente que esta región estuvo habitada desde la Edad del Hierro, como lo demuestra la presencia de varios castros celtíberos en sus inmediaciones. Estos pueblos prerromanos, que prosperaron desde la Edad del Bronce hasta la romanización, dejaron su huella en forma de castros: auténticas fortalezas elevadas que nos ofrecen una ventana a un pasado heroico y enigmático en lugares como la Peña del Castillo, el Castillo de los Siete Condes y Los Castillejos. Es probable que otro castro se ubicara en el lugar donde se erige el actual castillo de Beteta, aunque las construcciones posteriores han borrado cualquier rastro de su existencia.

Los castros celtíberos no solo desempeñaban una función defensiva, sino que también eran centros de organización social y económica. Estas comunidades fortificadas se situaban estratégicamente en colinas o zonas elevadas para aprovechar el control visual del territorio circundante y facilitar la defensa ante posibles ataques. Uno de los rasgos característicos de estos asentamientos es la construcción de murallas de piedra seca, que delimitaban y protegían las áreas habitadas, y que aún pueden observarse en algunos de estos castros.

Estos asentamientos reflejan la importancia estratégica y cultural de Beteta en épocas antiguas, integrándola en la vasta red de comunidades que ocupaban la península antes de la llegada de los romanos. Actualmente, solo es posible visitar el castro del Castillo de los Siete Condes.

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