El parque natural del Alto Tajo se extiende principalmente por la provincia de Guadalajara, alcanzando también dos municipios de Cuenca: la propia capital y Beteta. En su corazón, en la margen izquierda del río Tajo, se encuentra la histórica Dehesa de Belvalle, un paraje natural con siglos de tradición, especialmente en el ámbito ganadero. La primera mención documentada de Belvalle se halla en el Libro de la Montería de Alfonso XI, del siglo XIV.
Tras la reconquista, Belvalle fue cedida como recompensa a caballeros del reino de Castilla, integrándose en el Señorío de Beteta, un extenso dominio feudal bajo la administración de familias nobles como los Albornoz. Con una extensión de cerca de 3.000 hectáreas, Belvalle permaneció en manos de esta familia, aunque sus derechos de uso generaron conflictos con comunidades vecinas. En 1549, Don Luis Carrillo de Albornoz, señor de Beteta, resolvió estos enfrentamientos mediante un acuerdo que otorgaba a los habitantes de las aldeas el derecho a pastorear en invierno y a recolectar leña en la dehesa.
Con la abolición de los señoríos en el siglo XIX, el vínculo feudal sobre Belvalle comenzó a desaparecer, aunque la propiedad siguió siendo disputada. Los descendientes del Marquesado de Ariza mantuvieron su titularidad en los siglos XIX y XX, pese a los intentos de las aldeas cercanas de recuperar su uso comunal. Finalmente, en el siglo XX, Belvalle pasó a manos de la Mancomunidad de la Encomienda de Belvalle, la cual asumió la propiedad de cinco de sus siete quintos: Los Prados, Hoyo Redondo, Las Hoyas, El Machorro y Majaleche, quedando el resto en manos privadas.
Hoy, Belvalle es un lugar de alto valor histórico y ecológico, atrayendo a amantes de la naturaleza y la historia. Con el río Tajo y la cascada del Salto del Molino como telón de fondo, el paisaje invita a explorar sus bosques de robles y tilos, y su pasado ganadero debido a la riqueza de sus pastos.